Por Antonio Lucio Carrasco Gómez
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22 mar, 2020
Hasta la irrupción del olivar hace menos de 100 años, Cazorla tuvo una fuerte relevancia en el cultivo de trigo. En 1645, Méndez de Silva citaba 25 molinos a lo largo del río Cerezuelo y en 1751, el Catastro del marqués de la Ensenada contaba 17 molinos antes de la unión con el río Cañamares, en menos de 15 kilómetros. Si bien el río en cuestión presenta un caudal permanente durante todo el año, todo este agua era sacado de su cauce y reconducido a los rodeznos de los molinos harineros. Los cambios de la economía terminaron por devolver el agua al río, pero una serie de obstáculos artificiales (presas y azudes) y algún salto natural, impidieron la recolonización del tramo alto a las especies de peces que medraban en el tramo bajo. Cuando empezamos, entre su nacimiento en los manantiales de Nacelrío y poco más arriba de su unión al río Cañamares, el río Cerezuelo carecía de peces de ninguna especie. Queríamos que la población local devolviese, con sus manos, a los peces que habitaron las aguas de su río. Esas que desaparecieron cuando otras generaciones tuvieron que desecarlo para moler trigo, y hacer pan. Y no solamente lo deseábamos por los peces, una reintroducción en toda regla, si no para ligar a la población local con su río, para que participen con sus propias manos en la recuperación de sus espacios naturales. Después de mucho trabajo, a día de hoy hemos conseguido poblaciones estables de cachuelo ( Squalius pyrenaicus ), calandino ( Iberocypris alburnoides ) y colmilleja ( Cobitis paludica ), barbo ( Luciobarbus sclateri ) y boga ( Pseudochondrostoma willkommii ).